miércoles, 27 de agosto de 2008

El Imperialismo

Octavio, sobrino de Cesar, llevo a la práctica los proyectos monárquicos de su tío con gran habilidad. El imperio necesitaba una dirección fuerte para mantener la paz interior y la defensa externa, pero las instituciones republicanas no podían ser eliminadas drásticamente. El senado y el pueblo romano debían continuar siendo el fundamento constitucional de roma, aunque fuera de una forma puramente simbólica. De manera progresiva Octavio fue limitando la influencia de los comicios, las magistraturas y el senado, sin suprimir en teoría sus funciones, al tiempo que, con la acaparamiento de una serie de títulos (príncipe del senado, imperator, cónsul perpetuo, censor vitalicio, pontifex maximus y augusto), conseguía concentrar, de hecho, todo el poder en sus manos.
El sistema imperial construido por Octavio Augusto se basaba en una estructura estatal muy eficaz, cuyas conexiones políticas se extendían por todos los territorios romanos. Un ejército profesional compuesto por voluntarios de todas las provincias, una burocracia funcionarial adicta al emperador y reclutada entre los sectores más poderosos de la sociedad, y un sistema fiscal directamente controlado por el estado (y no por particulares, como en los últimos tiempos de la republica), constituían los pilares fundamentales sobre los que se asentó la grandeza del imperio durantes los dos primeros siglos de nuestra era. Roma, convertida en una ciudad multitudinaria festiva en las que las masas populares eran contestadas por medio de los repartos gratuitos de alimentos y las continuas celebraciones de juegos y espectáculos (el ¡panem et circenses! Que gritaba la plebe al emperador), había pasado a ser el centro de una gran civilización urbana cuya prosperidad se basaba principalmente en el trabajo de los esclavos y en el intenso comercio interior y exterior.



Con Augusto y sus principales sucesores (Tiberio, Vespasiano, Tito, Trajano, Adriano, Marco Aurelio), Roma conoció su época de mayor esplendor (el Alto Imperio). Acueductos, puentes, calzadas y toda clase de monumentos y edificios públicos se extendían a lo largo de las cosas de todo el Mediterráneo, mientras la capital y en las viejas ciudades helenísticas florecían las artes, las letras, las ciencias y la filosofía. La magnificencia de la civilización romana, consolidada a lo largo de estos dos primeros siglos imperiales, permanecería en el recuerdo de las generaciones futuras como un periodo mítico e irrepetible de paz, progreso y prosperidad.


La decadencia de roma


La grandeza de roma durante este periodo fue, sin embargo, mucho mas aparente que real. El entramado político del imperio se levantaba sobre unas bases endebles, que finales del siglo II comenzaron a desmoronarse. La sucesión de emperadores débiles y torpes y la degeneración del sistema político imperial no fue sino el reflejo de una estructura económica sumamente frágil, ya que estaba basada de manera fundamental en el consumo masivo de bienes adquiridos por medio del comercio y la rapiña militar, y no en la productividad interna de la sociedad romana; esta situación explica el hecho de que, al cesar las conquistas y, por tanto, el saqueo y la explotación abusiva de las nuevas tierras ocupadas, la antigua prosperidad de la <> instaurada Por Augusto a 50 en la de Diocleciano), sobre todo en la parte occidental del Imperio, y se produjo una aguda crisis agrícola y minera. Estas circunstancias negativas se vieron además agravadas a causa de las continuas luchas políticas entre distintas facciones militares, que fueron debilitando al ejercito a lo largo de casi todo el siglo III hasta el punto de que el Imperio quedo indefenso frente a las incursiones de los pueblos germánicos de las fronteras de Rhin y el Danibio.


Después del reinado de caracalla, que concedió la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del imperio con objeto de crear una cohesión social mas efectiva, comenzó un periodo de inseguridad y luchas civiles conocido como la <>. A fines del siglo III Diocleciano intento restaurar la situación mediante una serie de reformas económicas (control de precios y la inflación, extensión de los tributos obligatorios), sociales (vinculación del campesinado a la tierra) y políticas (adscripción vitalicia de los funcionarios a sus cargo, división del imperio en cuarto regiones -Tetrarquia – y persecución de los cristianos, cuyos plantiamentos igualitarios y antiestales estaban originando un creciente clima de subversión). Constantino (306-337) disolvió la tetrarquia e intento consolidar su poder con el apoyo de los dos enemigos tradicionales, los bárbaros y los cristianos (en el 313 el edicto de Milán proclamaba la libertad religiosa). Esta política fue continuada por Teodosio (379-395), que convirtió al cristianismo en religión oficial del estado (edicto de tesalónica, año 380) y permitió a los godos penetrar en los territorios romanos y formar parte del ejercito. Sin embargo, estos últimos intentos por salvar el imperio no pudieron evitar su incontenible proceso de desintegración, y así, en el 476 roma ante el empuje avasallador de los pueblos bárbaros. Constantinopla y el imperio romano de oriente resistirían aun durante casi diez siglos.
La Romanización y la Difusión del Cristianismo



La civilización romana dejo una profunda huella en todos los territorios pertenecientes al imperio. El antiguo, unificado por vez primera sobre las bases de la cultura grecolatina, adquirió una configuración y unas características concretas que perdurarían firmemente durante las épocas oscuras que habrían de sucederse en los siglos medievales. La puesta en cultivo de nuevas tierras, la creación de regadíos y minas, los puentes y las calzadas, las costumbres familiares y sociales, las formulas políticas e institucionales, la implantación del latín en la zonas occidentales (origen de las posteriores lenguas romances) y la extensión de una conciencia jurídica basada en las elaboradas concepciones del Derecho Romano son las manifestaciones mas evidentes del arraigo de la romanización en el mundo mediterráneo. Esta romanización, que constituye la base de la civilización occidental y forma parte ya de toda la cultura universal, fue asimismo el vehiculo de difusión de la religión cristiana, que encontró en la organización política y social del imperio el medio mas adecuado para la transmisión e implantación de sus ideas.
La desvirtuación espiritual de la religión pagana y la extensión de cultos mistericos (Mitra, Orfeo, etc.) y filosofías moralizantes (el estoicismo sobre todo), como consecuencia de la situación de inseguridad creada durante la época imperial, favorecieron la adscripción de las masas urbanas al cristianismo, movimiento que, en sus primeros tiempos, propugnaba una forma de vida basada en la igualdad y en la comunidad de bienes que resultaba muy atractiva para todos los sectores marginados del poder y la opulencia (entre los que se incluían algunos intelectuales y grupos de <> descontentos por el deterioro de su posición social).

Las persecuciones y los martirios con que algunos emperadores quisieron reprimir al cristianismo por su negativa a aceptar la religión estatal (y por tanto, al estado mismo), solo consiguieron acrecentar el prestigio de la nueva fe y vaciar de contenido moral al paganismo, el cual quedo relegado a las zonas rurales (pagus = campo). La iglesia, que en su proceso de expansión por el imperio se había superpuesto sobre algunos elementos teóricos originarios de las religiones orientales y del paganismo, tubo que llevar a cabo un esfuerzo de depuración y definición doctrinal ante la aparición de numerosas herejías que interpretaban de forma hetedoroxa el mensaje de cristo (gnosticismo, maniqueísmo, arrianismo, monofisismo, etc.,). Los primeros concilios ecuménicos (Nicea, en el 325; Constantinopla, en el 381; II de Nicea, en el 431; Calcedonia, en el 451) establecieron el dogma oficial de la iglesia y consolidaron su estructura organizativa, centralizada en la figura del obispo de roma (el Papa).



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