miércoles, 27 de agosto de 2008

La Reforma y la Contrarreforma

Durante gran parte del siglo XIV y comienzos del XV la creciente corrupción y secularización del aparato eclesiástico (venta y acumulación de cargos, enriquecimiento de la corte papal y el alto clero) dio lugar, como ya hemos señalado, a la aparición de unas nuevas concepciones, vinculadas con el humanismo, que abogaban por el acercamiento directo a Dios y postulaban la necesidad de una reforma en la organización religiosa. El movimiento encabezado por Johann Huss en Bohemia y, posteriormente, el enanismo, extendieron estas ideas entre los ambientes intelectuales de las época, preparando así el camino para la difusión del protestantismo a partir de
1520.

El creador de la nueva doctrina fue Martín Lutero (1483-1546), monje alemán educado en los principios del nominalismo y la Devotio moderna que preocupado por la corrupción de la iglesia y deseoso de conferir una mayor pureza a la actitud del hombre ante la salvación, negó la validez de la mediación eclesiástica entre Dios y los hombres y la posibilidad de alcanzar meritos mediante la realización de obras externas. Lutero fue excomulgado en 1520 por León X, en castigo por haberse reafirmado en sus ideas en contra de las indulgencias, que había expuesto tres años antes en la puerta de la iglesia de Wittemberg (las<<95>>). La teoría de justificación por la fe basada en una confianza ilimitada en la voluntad divina, que dispensaba la gracia de una forma totalmente incondicional, el libre examen de la Biblia (negando así la exclusividad de la tradición eclesiástica en la interpretación de las sagradas Escrituras), la reducción de los sacramentos (Bautismo y Eucaristía), la supresión del culto a la virgen y a los santos, la eliminación de la jerarquía de la iglesia y la simplificación de la liturgia, constituían los puntos fundamentales en los que lutero centro la reforma.


Estas concepciones, que suponían un ataque directo contra la hegemonía de Roma, fueron contestadas al principio de una forma pacifica. Carlos V, interesado en mantener la unidad del imperio, intento atraerse a los luteranos mediante el humanismo cristiano de Erasmo, que había sostenido así mismo la necesidad de una reforma profunda en la religiosidad y en la Iglesia. Sin embargo, el luteranismo se extendió con gran rapidez por Alemania, de forma particular en aquellos estados cuyos príncipes codiciaban los bienes de la Iglesia y deseaban independizarse de Roma y la tutela Imperial. El ultimo extremo, pues, fueron intereses económicos políticos los que determinaron el enfrentamiento bélico entre católicos y protestantes.

Las doctrinas protestantes conocieron un nuevo impulso gracias a las aportaciones teóricas de Ulrico Zuinglio y Juan Calvino (el concepto de predestinación, la introducción de una moralidad puritana y rígida), pronto se difundieron intensamente a través de Suiza, Los Países Bajos, Francia, Escandinavia, Escocia y Gran Bretaña. En este último país el cisma fue provocado por una decisión personal de Enrique VIII (1491-1547), debido a que el Papa había respondido negativamente a su petición de divorcio de Catalina de Aragón. Los reinados de Eduardo VI y de Isabel I consolidaron el carácter internacional de la Iglesia Anglicana, que adoptó una actitud intermedia entre las doctrinas Luteranas y las católicas.

De forma paralela al desarrollo del Luteranismo, la iglesia católica inició un proceso propio de reforma (la Contrarreforma), centrada en la reafirmación de los dogmas tradicionales y en la reorganización de la disciplina Eclesiástica. Este proceso, iniciado en España por el Cardenal Cisneros y la orden de los Carmelitas (Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz) , en Italia por la Congregación del Amor Divino y la orden de los Teatinos, cobró mayor fuerza tras la separación de los protestantes y la necesidad consiguiente de reforzar las posiciones ideológicas del Catolicismo.

El concilio de Trento, iniciado en 1545 y prolongado durante 18 años, condenó las nuevas doctrinas y definió el valor de las buenas obras, las indulgencias y los sacramentos, reafirmó la estructura de la jerarquía eclesiástica y reformó algunos aspectos de la disciplina interna de la organización religiosa (obligación de los obispos de residir en sus diócesis, prohibición de la acumulación de cargos y de la sustitución en las funciones pastorales). Un apoyo de gran importancia en la extensión de la reforma católica fue la actividad de las órdenes religiosas, tanto las ya existentes (dominicos, franciscanos, carmelitas), como las de nueva formación, principalmente la Compañía de Jesús, fundada en 1534 por San Ignacio de Loyola. Los Jesuitas, que habían unido a los tres votos tradicionales (obediencia, castidad y pobreza) un cuarto referido a la obediencia directa al Papa, se distinguieron especialmente por su ardor combativo contra el Protestantismo y por su labor docente y misionera en América y Asia.

La separación del orbe cristiano en protestantes y católicos supuso la destrucción de los ideales universales del Renacimiento y el comienzo de un nuevo período histórico caracterizado por la intolerancia y el fanatismo religioso, lo que dio lugar a numerosas guerras y a un recrudecimiento de la represión ideológica en toda Europa.

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