miércoles, 27 de agosto de 2008

Imperio Bizantino

Imperio Bizantino es el término historiográfico que se utiliza desde el siglo XVIII para hacer referencia al Imperio Romano de Oriente en la Edad Media. La capital de este imperio cristiano se encontraba en Constantinopla (actual Estambul), de cuyo nombre antiguo, Bizancio, tomó el término la erudición ilustrada. Aunque era denominado "Imperio de los Griegos" por sus contemporáneos de Europa occidental (debido al predominio en él de la lengua, la cultura y la población griegas), sus habitantes se consideraron a sí mismos romanos, refiriéndose a su patria como "Imperio Romano" o "Romania " y sus gobernantes se consideraron emperadores de los romanos, sucesores directos de Augusto y Constantino. En el mundo islámico fue conocido como (Rûm, "tierra de los Romanos") y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su religión en los territorios conquistados por la espada del Islam.
En tanto que continuación de la parte oriental del Imperio Romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el emperador Constantino trasladó la capital a la antigua Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del Imperio en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en 476, del Imperio Romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio, con cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente.



A lo largo de su dilatada historia, el Imperio Bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio, pese a lo cual continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía Comnena, en el siglo XII, el imperio comenzó una prolongada decadencia que culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, y contribuyó a defender Europa Occidental de la expansión del Islam. Fue uno de principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y los costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas.











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El término Imperio Bizantino

«Imperio Bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su imperio el Imperio Romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωμαίων; imperio de los romanos), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum.
La expresión «Imperio Bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVII, cuando fue popularizado por autores franceses, como Montesquieu.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el histórico rechazo de Occidente a ver en el Imperio Bizantino al heredero legítimo de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como "Donación de Constantino" para proclamarse, con la connivencia del Papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator Romanorum (emperador de los romanos) quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum (emperador de los griegos), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. De hecho, los pobladores bizantinos se declaraban herederos del Imperio Romano y los emperadores de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.

El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido peyorativo, como sinónimo de «decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio Bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.
Imperio Bizantino es el término historiográfico que se utiliza desde el siglo XVIII para hacer referencia al Imperio Romano de Oriente en la Edad Media. La capital de este imperio cristiano se encontraba en Constantinopla (actual Estambul), de cuyo nombre antiguo, Bizancio, tomó el término la erudición ilustrada. Aunque era denominado "Imperio de los Griegos" por sus contemporáneos de Europa occidental (debido al predominio en él de la lengua, la cultura y la población griegas), sus habitantes se consideraron a sí mismos romanos, refiriéndose a su patria como "Imperio Romano" o "Romania " y sus gobernantes se consideraron emperadores de los romanos, sucesores directos de Augusto y Constantino. En el mundo islámico fue conocido como (Rûm, "tierra de los Romanos") y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su religión en los territorios conquistados por la espada del Islam.
En tanto que continuación de la parte oriental del Imperio Romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el emperador Constantino trasladó la capital a la antigua Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del Imperio en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en 476, del Imperio Romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio, con cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente.



A lo largo de su dilatada historia, el Imperio Bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio, pese a lo cual continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía Comnena, en el siglo XII, el imperio comenzó una prolongada decadencia que culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, y contribuyó a defender Europa Occidental de la expansión del Islam. Fue uno de principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y los costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas.











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El término Imperio Bizantino

«Imperio Bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su imperio el Imperio Romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωμαίων; imperio de los romanos), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum.
La expresión «Imperio Bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVII, cuando fue popularizado por autores franceses, como Montesquieu.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el histórico rechazo de Occidente a ver en el Imperio Bizantino al heredero legítimo de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como "Donación de Constantino" para proclamarse, con la connivencia del Papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator Romanorum (emperador de los romanos) quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum (emperador de los griegos), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. De hecho, los pobladores bizantinos se declaraban herederos del Imperio Romano y los emperadores de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.

El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido peyorativo, como sinónimo de «decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio Bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.
Imperio Bizantino es el término historiográfico que se utiliza desde el siglo XVIII para hacer referencia al Imperio Romano de Oriente en la Edad Media. La capital de este imperio cristiano se encontraba en Constantinopla (actual Estambul), de cuyo nombre antiguo, Bizancio, tomó el término la erudición ilustrada. Aunque era denominado "Imperio de los Griegos" por sus contemporáneos de Europa occidental (debido al predominio en él de la lengua, la cultura y la población griegas), sus habitantes se consideraron a sí mismos romanos, refiriéndose a su patria como "Imperio Romano" o "Romania " y sus gobernantes se consideraron emperadores de los romanos, sucesores directos de Augusto y Constantino. En el mundo islámico fue conocido como (Rûm, "tierra de los Romanos") y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su religión en los territorios conquistados por la espada del Islam.
En tanto que continuación de la parte oriental del Imperio Romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el emperador Constantino trasladó la capital a la antigua Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del Imperio en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en 476, del Imperio Romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio, con cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente.



A lo largo de su dilatada historia, el Imperio Bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio, pese a lo cual continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía Comnena, en el siglo XII, el imperio comenzó una prolongada decadencia que culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, y contribuyó a defender Europa Occidental de la expansión del Islam. Fue uno de principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y los costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas.











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El término Imperio Bizantino

«Imperio Bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su imperio el Imperio Romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωμαίων; imperio de los romanos), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum.
La expresión «Imperio Bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVII, cuando fue popularizado por autores franceses, como Montesquieu.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el histórico rechazo de Occidente a ver en el Imperio Bizantino al heredero legítimo de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como "Donación de Constantino" para proclamarse, con la connivencia del Papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator Romanorum (emperador de los romanos) quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum (emperador de los griegos), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. De hecho, los pobladores bizantinos se declaraban herederos del Imperio Romano y los emperadores de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.

El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido peyorativo, como sinónimo de «decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio Bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.
Imperio Bizantino es el término historiográfico que se utiliza desde el siglo XVIII para hacer referencia al Imperio Romano de Oriente en la Edad Media. La capital de este imperio cristiano se encontraba en Constantinopla (actual Estambul), de cuyo nombre antiguo, Bizancio, tomó el término la erudición ilustrada. Aunque era denominado "Imperio de los Griegos" por sus contemporáneos de Europa occidental (debido al predominio en él de la lengua, la cultura y la población griegas), sus habitantes se consideraron a sí mismos romanos, refiriéndose a su patria como "Imperio Romano" o "Romania " y sus gobernantes se consideraron emperadores de los romanos, sucesores directos de Augusto y Constantino. En el mundo islámico fue conocido como (Rûm, "tierra de los Romanos") y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su religión en los territorios conquistados por la espada del Islam.
En tanto que continuación de la parte oriental del Imperio Romano, su transformación en una entidad cultural diferente de Occidente puede verse como un proceso que se inició cuando el emperador Constantino trasladó la capital a la antigua Bizancio (que entonces rebautizó como Nueva Roma, y más tarde se denominaría Constantinopla); continuó con la escisión definitiva del Imperio en dos partes tras la muerte de Teodosio I, en 395, y la posterior desaparición, en 476, del Imperio Romano de Occidente; y alcanzó su culminación durante el siglo VII, bajo el emperador Heraclio, con cuyas reformas (sobre todo, la reorganización del ejército y la adopción del griego como lengua oficial), el Imperio adquirió un carácter marcadamente diferente.



A lo largo de su dilatada historia, el Imperio Bizantino sufrió numerosos reveses y pérdidas de territorio, pese a lo cual continuó siendo una importante potencia militar y económica en Europa, Oriente Próximo y el Mediterráneo oriental durante la mayor parte de la Edad Media. Tras una última recuperación de su pasado poder durante la época de la dinastía Comnena, en el siglo XII, el imperio comenzó una prolongada decadencia que culminó con la toma de Constantinopla y la conquista del resto de los territorios bajo dominio bizantino por los turcos, en el siglo XV.
Durante su milenio de existencia, el Imperio fue un bastión del cristianismo, y contribuyó a defender Europa Occidental de la expansión del Islam. Fue uno de principales centros comerciales del mundo, estableciendo una moneda de oro estable que circuló por toda el área mediterránea. Influyó de modo determinante en las leyes, los sistemas políticos y los costumbres de gran parte de Europa y de Oriente Medio, y gracias a él se conservaron y transmitieron muchas de las obras literarias y científicas del mundo clásico y de otras culturas.











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El término Imperio Bizantino

«Imperio Bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a sus contemporáneos, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su imperio el Imperio Romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon (Βασιλεία Ρωμαίων; imperio de los romanos), traducción directa del nombre en latín, Imperium Romanorum.
La expresión «Imperio Bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVII, cuando fue popularizado por autores franceses, como Montesquieu.
El éxito del término puede guardar cierta relación con el histórico rechazo de Occidente a ver en el Imperio Bizantino al heredero legítimo de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como "Donación de Constantino" para proclamarse, con la connivencia del Papado, emperadores romanos. Desde esta época, en las tierras occidentales el título Imperator Romanorum (emperador de los romanos) quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, Imperator Graecorum (emperador de los griegos), y sus dominios, Imperium Graecorum, Graecia, Terra Graecorum o incluso Imperium Constantinopolitanus. Los emperadores de Constantinopla nunca aceptaron estos nombres. De hecho, los pobladores bizantinos se declaraban herederos del Imperio Romano y los emperadores de Constantinopla se enorgullecían de un linaje ininterrumpido desde Augusto.

El adjetivo «bizantino» adquirió después un sentido peyorativo, como sinónimo de «decadente», debido a la obra de historiadores como Edward Gibbon, William Lecky o el propio Arnold J. Toynbee, quienes, comparando la civilización bizantina con la Antigüedad clásica, vieron la historia del Imperio Bizantino como un prolongado período de decadencia. Influyó seguramente también en esta apreciación el punto de vista de los cruzados de los reinos de Europa occidental que visitaron el imperio desde finales del siglo XI.
La visión de los bizantinos como hombres sutiles y frívolos sobrevive en la expresión «discusión bizantina», en referencia a cualquier disputa apasionada sobre una cuestión intrascendente, seguramente basada en las interminables controversias teológicas sostenidas por los intelectuales bizantinos.

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