miércoles, 27 de agosto de 2008

La Iglesia y Papado

La crisis de las guerras de la Independencia.
En la labor de la independencia, la Iglesia cumplió una labor esencial. Siendo de hecho el clero lo más culto en América latina a finales del s. XVIII, su actitud era capital para la revolución. Esto explica que en un primer momento todos los gobiernos no hayan tomado medidas importantes de secularización. Pero inmediatamente se ve la falta de miembros, la desorganización, la división, el cansancio por tan exasperante activismo. Desde 1820 comenzarán las primeras medidas contra la Iglesia.
En México, el obispo fr. Antonio de San Miguel (Michoacán) reunía a un grupo de economistas, legalistas que pueden incluirse entre los antecedentes de la revolución. Sin embargo, los obispos de México, Monterrey, Chiapas, Yucatán y Puebla obraron de manera indiferente o francamente contraria a la primera revolución. Sin embargo, la segunda guerra de la independencia, (gracias a la postura liberal del gobierno español de 1820), hizo inclinar el episcopado hacia el bando de los patriotas, especialmente por la acción del cango. Monteagudo (1821).








En Perú, desde 1809 comienza el movimiento de independencia. La primera sublevación tuvo lugar en Pumacagua. Dn. José Pérez y Armendáriz, (Cusco) no se opuso a los insurgentes, por lo que, aplastada la revolución, fue depuesto por Fernando VII; los restantes obispos peruanos apoyaron a los realistas contra la independencia.
En Argentina el obispo de Buenos Aires (Lué) se mostró contrario a la Primera Junta, y sin embargo no se opuso una vez constituida, muriendo en 1812. El Obispo de Córdova se unió al movimiento contrarrevolucionario, por lo que fue desterrado en 1818 y el de Videla del Pino, fue desterrado por Belgraqno por actuar con los realistas, quedándose sin obispos.
En Bolivia, el obispo de Charcas adoptó una posición moderada y conciliadora, y aunque recibió triunfalmente a las tropas liberadoras de Buenos Aires, fue igualmente destituido en 1816; mientras que el Obispo de la Paz, era convencido realista, huyendo a España en 1814.
En Chile, el Obispo de Concepción, apoya la contrarrevolución realista, y en 1815, ante el triunfo de los independentistas, huye a España.
En Ecuador, La Segunda Junta estuvo presidida por el Obispo Cuero y Caicedo; quien igualmente presidió el Congreso Constituyente. Pero el Obispo de la Cuenca, era un convencido realista y luchó contra la independencia.
En Colombia, el Obispo de Santa Fe de Bogotá, no fue aceptado en un primer momento, y después adoptando una posición conciliadora se le dejó gobernar sus diócesis, muriendo en 1817. El Obispo de Santa Marta murió en 1813; el de Cartagena fue expulsado en 1812 porque no aceptó la Junta Revolucionaria.




En Venezuela, el Obispo de Caracas aceptó la independencia y sirvió de intermediario entre los revolucionarios y la Iglesia venezolana
En América Central, el Obispo de Guatemala atacó el movimiento independentista con una pastoral muy intransigente.
Como puede verse claramente, los obispos en general, habiendo sido nombrados por el sistema del Patronato, permanecieron más partidarios del rey que de los nuevos gobiernos.
Los obispos, en el periodo colonial, tenían conciencia de pertenecer a una nación, de ahí que fácilmente un obispo de México fuera nombrado en Perú, o del Río de la Plata se fuese al norte. Ahora cada Iglesia se convertía en una isla, y casi durante un siglo, no habrá más comunicación.
Ahora bien, la independencia de los Estados Unidos no había planteado ningún problema, y la de Brasil, tampoco los planteó por el hecho de que las antiguas metrópolis no habían tardado en reconocer el hecho consumado. En cambio, en el asunto hispanoamericano, los papas, que se suceden demasiado aprisa, tienen frente a sí una decena, y más tarde, una veintena, de gobiernos revolucionarios, muchas veces provisionales y un rey de España que se obstina. Fernando VII bloquea, hasta su muerte en 1833, el reconocimiento diplomático formal.
Debido al Patronato, la jerarquía eclesiástica americana es nombrada por el rey, de tal manera que el centro de la cristiandad hispanoamericana es Madrid y no Roma; las iglesias diocesanas decapitadas tardan en volverse hacia Roma pues el canal oficial y tradicional ya no funciona.
Así pues, por un lado, Madrid, en Europa, presiona a Roma, y por otro lado los americanos esgrimen la amenaza de cisma, de la constitución civil del clero.


Entrar en el laberinto de las negociaciones con los nuevos dirigentes significaba reconocerles una legitimidad que las monarquías europeas les negaban; significaba reconocer el principio revolucionario. Si el Papa nombraba a los candidatos de los americanos, el rey de España amenazaba con ir hasta el cisma; si nombraba a los candidatos del rey, éstos no podrían poner el pie en sus diócesis.
En septiembre de 1821 llegó a Roma el franciscano Pacheco, enviado por el gobernador de la República de la Plata, proponiendo que se enviaran a América vicarios apostólicos revestidos de un título in partibus infidelium, no lesionando los derechos del rey de España; propuesta que fue acogida por el cardenal Consalvi.
En Abril de 1823. Es nombrado Monseñor Muzi, para responder a las demandas del dictador O’Higgins en Chile; así como con la misión secreta de escoger y designar a los vicarios apostólicos que ocuparían los puestos vacantes en los países del Río de la Plata y de la Gran Colombia.













La Misión de Giovanni Muzi tenía como único objetivo reanudar el lazo episcopal de la unidad con Roma. Las cartas de León XII son muy claras sobre este punto, y las instrucciones confidenciales transmitidas al vicario apostólico le dan como regla fija e invariable no embarazarse en absoluto con asuntos políticos, regulando su conducta de tal manera que todos reconozcan que la Santa Sede no ha tenido otro motivo para enviarle sino el de proveer a las necesidades espirituales.
De camino a Chile, Muzi, acompañado de un joven eclesiástico. Mastai Ferratti, el futuro Pío IX, debía detenerse en Buenos Aires. Fue muy bien recibido por la sociedad y muy mal por Bernardino Rivadavia, que miraba con malos ojos esa iniciativa romana; y quien le instó a proseguir su camino hacia Santiago, saliendo en enero de 1824 los enviados, hacia Chile.
A su llegada, el dictador O’Higgins, había sido derrocado con dos meses de antelación, por su hombre de confianza, el cual se encontraba guerreando en el extremo sur, debiendo esperar su regreso durante varios meses. Cuando llegó Ramón Freire, su actitud fue de cortesía e inaccesibilidad; acogedora y brutal. Empezaron a surgir murmuraciones en torno al costo de la misión (50,000 pesos) y que la actividad de los enviados era para espiar por parte de la Santa Sede.
Viendo la situación, monseñor Muzi, decide regresar a Roma, para que su presencia no avalúe las actitudes que se empezaban a tomar contra la Iglesia. Con esto, la misión terminaba aparentemente en un rotundo fracaso. En su estancia, Muzi no nombró a nadie, de tal modo que Chile se quedaba con un viejo obispo español, depuesto por el gobierno.
La misión fue el primer contacto entre la Santa Sede y las nuevas naciones, primer contacto y primer paso hacia el reconocimiento de la independencia.
Inmediatamente después del fracaso de Monseñor Muzi, la situación era poco satisfactoria desde el punto de vista eclesiástico.

Las grandes guerras, las disputas políticas, las disposiciones tomadas por los nuevos gobiernos habían quebrado la regla conventual y acelerado la secularización de los religiosos, ya fomentada por la monarquía española. Esa casi ruina de las órdenes mendicantes tuvo graves repercusiones en el campo, pues acarreó la desaparición de los pequeños monasterios, que eran los únicos que se ocupaban de la población de las aldeas. Por tal razón, las misiones en tierra de indios entraron en decadencia.

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