miércoles, 27 de agosto de 2008

Los Grandes Descubrimientos Geográficos.

Durante casi toda la Edad Media los conocimientos europeos sobre navegación se reducían tan sólo al limitado marco del Mediterráneo, el mar del Norte y las zonas costeras del Atlántico. Aunque se conocía la existencia de África y el lejano Oriente, las dimensiones de estos continentes, al igual que sus características geográficas y humanas, eran ignoradas o se tenía de ellas una idea muy deformada, basada en los relatos y leyendas narrados por los comerciantes y viajeros europeos y en los imperfectos estudios llevados a cabo por los sabios musulmanes. Con objeto de paliar estas deficiencias técnicas, en el siglo XIII comenzaron a fundarse escuelas de geografía y cartografía en Génova, Venecia, Mallorca, Barcelona y Portugal, donde se confeccionaron los primeros portulanos (mapas de líneas costeras), y cartas marinas (mapas de corrientes). Sin embargo, las primeras expediciones realizadas por las costas africanas, la de los Hermanos Vivaldi (Genoveses), en 1291, y la de Jaume Ferrer (Mallorquín), en 1346, demostraron con su desastroso fracaso la imposibilidad de navegar por el Atlántico sin contar con unos medios técnicos adecuados.








En el siglo XV, los investigadores humanistas se plantearon la necesidad de acudir directamente a los textos clásicos, prescindiendo de las traducciones e interpretaciones Árabes que, con frecuencia, incluían graves errores en los cálculos de latitud, distancias, etc.El más importante de estos estudiosos fue Pierre d´Ailly, el cual demostró en su Imago mundi, basado en textos de Ptolomeo y Estrabón, la esfericidad de la tierra e indicó, además, la posibilidad de alcanzar las costas asiáticas navegando hacia el oeste.

Al mismo tiempo, las escuelas de navegación, sobre todo las Portuguesas (Sagres), desarrollaron un nuevo tipo de embarcación, fundada en las técnicas náuticas del Mediterráneo, el mar del Norte y el extremo Oriente (conocidas por medio de los comerciantes italianos),que se adoptaba perfectamente a las características marítimas del océano Atlántico: La Carabela.

La combinación de velas cuadradas, de origen oriental, y triangulares (aparejo latino, que permitía navegar contra el viento), junto con la utilización de un timón largo y una quilla curvada y alta, que proporcionaban mayor seguridad y fortaleza al barco, fueron las innovaciones básicas que presentaban las carabelas y las naos (dotadas estas últimas de un mayor número de velas triangulares). Estas embarcaciones, equipadas además con aparatos de orientación muy perfeccionados, como la Brújula, el Astrolabio y las cartas astronómicas, y armadas con poderosos cañones de bronce (hasta el siglo XVII no se construyeron de hierro), demostraron contundentemente su superioridad frente a las galeras musulmanas y los juncos chinos. La carabela armada con cañones (más pequeños pero más precisos que los orientales) se convirtió, de hecho, en el instrumento gracias al cual los europeos iniciaron su hegemonía sobre el resto del mundo.









Los primeros que se lanzaron a la expansión fueron España y Portugal, pues eran los países que contaban con las mejores condiciones geográficas, económicas y políticas para llevar a cabo una empresa de tal envergadura. La toma de Constantinopla por los turcos había producido un colapso en el comercio de especias y productos de lujo que, procedentes de Oriente, se destinaban al consumo de la Aristocracia y las monarquías europeas. La Burguesía comercial y financiera enriquecida por medio de este importante tráfico intercontinental se mostró inclinada a invertir su capital en la búsqueda de nuevas rutas que, partiendo de las costas atlánticas, desviarán el comercio de oro, marfil y esclavos del Sudán hacia el occidente africano y alcanzaran directamente los puntos en los que se producían y comercializaban las especias, es decir, la India, Insulindia y China. El interés de las monarquías ibéricas en establecer monopolios mercantiles que desbancaran la competencia italiana y catalana en el tráfico de productos orientales y africanos constituyó el principal motor de la primera expansión europea.


























Inglaterra, Francia y los Países Bajos tendrían que esperar aún muchos años para que su recuperación económica y política les permitiera romper la hegemonía ibérica y competir ventajosamente en la lucha por el reparto del mundo. Un último aspecto que no debe olvidarse al analizar la génesis y desarrollo de los descubrimientos es el factor ideológico. Por una parte, los ideales renacentistas habían destruido los antiguos temores y supersticiones en relación con los peligros oceánicos, y proclamaban una visión optimista de la vida que infundía una nueva e incontenible fe en las capacidades humanas y un apasionamiento por las aventuras, el riesgo y el enriquecimiento personal. Por otro lado, la supervivencia del espíritu de Cruzada, alentado por fabulosas historias medievales que hablaban de
reinos cristianos perdidos entre territorios infieles, como el del Preste Juan, constituyo asimismo un poderoso acicate para los descubridores y conquistadores ibéricos, cuya profunda religiosidad se combinaba a menudo con una extraordinaria avidez de riquezas y poder.

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